martes, 29 de enero de 2013

Una mañana soleada







–¡¡¡¡¡¡ Ohhhh, no, el fin del mundo está a unas horas de suceder!!!!!

Estas fueron las primeras palabras de Luisa cuando su despertador sonó a las 7:45 de la mañana. Era una mañana soleada en pleno mes de diciembre. Llevaba un año entero escuchando teorías sobre el fin del mundo, y ella como tantos otros se había convencido de que era cierto. De todas esas teorías había una que era la que más le convencía, a las 22:00 en punto todo el mundo se quedaría dormido y los más afortunados irían a un mundo nuevo, los menos afortunados mejor no mencionarlo.
Luisa había solicitado el día libre en su trabajo para hacer todas las cosas pendientes que se le habían ido ocurriendo, porque claro, nunca había sido una persona afortunada así que eso del nuevo mundo no era para ella.

Se levantó como cualquier otra mañana y se preparó su desayuno preferido, cereales con yogur, una tostada con mantequilla y mermelada y un zumo natural, la dieta ese día se la podía saltar sin problema porque ya nadie se fijaría en su cuerpo nunca más. Eso a Luisa le hizo sonreír, ya que la genética no había sido muy generosa con ella, al contrario de su hermana, una mujer alta, guapa e inteligente. Seguro que ella sí iría al nuevo mundo.
Luisa se había propuesto hacer cosas que jamás se hubiese atrevido a llevar a cabo en una situación normal, pero ese día no era normal. Era el día del fin del mundo, así que todo lo que le daba vergüenza o miedo y no se atrevía a realizar, hoy lo haría porque no habría un mañana en el cual dar explicaciones ni avergonzarse.

Empezó por ir a ver a Juanjo, su amor secreto del instituto. Sabía que trabajaba en la cafetería de la estación, así que pidió un taxi y fue hacia su primer destino. La hora punta ya había pasado así que suponía que estaría tranquilo y podrían hablar. Era un chico alto, moreno y de complexión más bien fuerte, para Luisa era el hombre más atractivo que había visto. Cuando llegó él la reconoció nada más verla, estuvieron charlando un rato sobre sus vivencias en el instituto. La charla entre los dos era amena y divertida, Luisa estaba sorprendentemente cómoda con él y por lo que parecía Juanjo no lo estaba menos. Cuando le dijo que tenía que seguir trabajando aprovechó para decirle que estaba preciosa y si le gustaría quedar el viernes para ir a cenar. Luisa no lo podía creer, siempre había soñado con ese momento y justo hoy, el día del fin del mundo ocurría, pero no lo iba a poder disfrutar. ¿Y si lo hubiese hecho antes? Se preguntó, pero ya no había remedio.
Lo siguiente que hizo ese día fue ir a una tienda de ropa, había decidido comprarse una falda y enseñar por una vez en su vida sus piernas, para ella eran más bien regordetas y horribles. Pero ese día ya le daba igual, iba a salir a la calle con su falda y con la cara bien alta, porque después de esa noche ya todo daba igual.

Entró en la tienda, la tienda era bastante grande y el tipo de ropa que tenía era justo la que Luisa nunca se hubiese atrevido a utilizar, salvo ese día que ya todo daba igual. Como iba completamente decidida sobre lo que quería, fue directamente a la dependienta:
–Hola, quiero una falda bien corta de color rojo–.Al contrario de lo que pensaba, la dependienta no le miró con cara de «¿dónde va ésta con una minifalda?». Le atendió muy educadamente y Luisa se probó varias faldas, se decidió por la más corta. También eligió un top a juego y una americana de color negro. Después fue a una zapatería y compró unas botas altas con tacón impresionantes.

Luisa jamás pensó que fuese capaz de salir vestida de esa manera, tan provocativa, pero estaba decidida, y realmente disfrutó toda la tarde paseando por la ciudad, sintiéndose por primera vez libre de complejos. Se sentía así porque si el mundo se iba a terminar ya todo daba igual.
Dieron las nueve de la noche y Luisa llegó a su casa. Una vez dentro se quitó su nueva vestimenta, la cual no iba a volver a utilizar y se puso algo cómodo para dormir. Preparó para cenar lo que más le apetecía y a las 21:45 estaba en la cama con los ojos cerrados esperando el momento. Como estuvo andando durante toda la tarde cayó rendida y quedó dormida a los pocos minutos.

A la mañana siguiente: Ringggggggggggg , Luisa se incorporó de la cama y vio por la ventana que estaba amaneciendo. «No puede ser» pensó Luisa «¿Me he despertado en el nuevo mundo? ¿Soy una de las elegidas?».
Obviamente Luisa no se había despertado en el nuevo mundo, simplemente el fin del mundo que tantas horas televisivas se había llevado en las últimas semanas no había sucedido. Con el tiempo ella misma se fue dando cuenta de lo ocurrido, el fin del mundo no se había producido, pero quizá sí hubiese acabado su mundo y empezado uno nuevo. A partir de ese día se convirtió en una persona diferente, no volvió a tener ningún complejo y siempre fue con la cara bien alta, y por fin tenía una pareja, su amor de toda la vida.

Tuti

miércoles, 9 de enero de 2013

Él y Ella



 
Fue en aquel banco donde ella se decidió a formar parte de su vida, un banco de madera, húmedo y frío. Se encontraba en un parque rodeado de grandes bloques de pisos y un viejo cementerio. Pero aunque no parece el mejor sitio ni el más romántico allí comenzó esta historia de amor eterno.

Él hacía ya tiempo que se había fijado en ella, era escultural, guapa, inteligente, alegre... pero ya lo había dado todo por perdido, ¿o no?.
Ella, sin embargo, no terminaba de verlo claro. Eran amigos del mismo grupo y si no salía bien no solo le perdería a él sino también al resto de su pandilla. Sabía perfectamente lo que sentía por él, ya que cuando tonteaba con otra chica a ella le corría una serpiente de celos por las entrañas.

Pero aquella noche algo cambió, era luna llena y quizá ese fue el detonante ¿quién sabe?, pero esa fría noche de primavera ella se decidió. Decidió que no podía esperar a que se enamorase de otra y dejar pasar la oportunidad de estar con él.
Era sábado y todos los amigos iban juntos hacia los bares de copas, y ella poco a poco fue consiguiendo alejarse del grupo junto a él.
Cuando llegaron a la altura del banco ella le pidió que se sentasen un rato. Empezaron a hablar de muchos temas como dos adolescentes que eran, y finalmente ella se lanzó y le beso, él perplejo le correspondió.
A partir de aquel momento, poco a poco se fueron haciendo inseparables. Incluso sus amigos no terminaban de entender que les gustase hacer todo juntos. La respuesta era sencilla, estaban enamorados.

Pasó el tiempo, pasaron días, pasaron meses y pasaron años. Tuvieron hijos, una niña y un niño que les colmaron de alegrías. El amor que se tenían no menguó con el tiempo al contrario se fue haciendo más fuerte. No necesitaban de nadie más solo ellos cuatro y eso la gente tampoco terminaba de entenderlo. No entendían como era posible una familia que hiciesen todo siempre juntos, pero ellos eran así.

Pasó más tiempo todavía, ella y él ya eran ancianos, se estaban acercando al final de su vida. Una vida intensa pero feliz muy feliz por todo lo que habían construido juntos.
Ella cayó enferma y él no se separó de su lado en ningún momento hasta que dio su último suspiro. Él pidió que le dejasen pasar un rato a solas con su mujer, y sus hijos así lo concedieron.
Al cabo de unas horas cuando volvieron los encontraron a los dos tumbados en la cama, abrazados, pero sin ningún síntoma de vida. Él no había podido soportar la pérdida de su amor y su corazón también se paró.

Pocas personas llegan a conocer lo que es el amor verdadero, pero aquel día en aquel banco el gran cupido decidió conceder a estas dos personas lo que la gente llama ¨ el amor eterno¨.

jueves, 3 de enero de 2013

Santa María de Sando



Este relato lo escribí hace bastante tiempo para que mi hija lo llevase al cole, nos pidieron a los papas realizar un relato para después leer en clase con los niños, por lo que está escrito con ese matiz infantil. 

Normalmente mis relatos no son infantiles, pero he querido empezar con esta historia porque fue uno de los primeros relatos que mostré en público.


SANTA MARIA DE SANDO



Érase una vez un pueblo llamado Santa María de Sando, un pueblo que pertenece a la provincia de Salamanca. Es un pueblo de casas de piedra, con graneros y estufas de leña. El aire huele a una mezcla de leña, hierba y adobe, típico de un pueblo perdido en el que regresas a los tiempos de antaño.

Hace muchos, muchos años, antes de que vosotros y vuestros papas hubieseis nacido, en Santa María vivía una niña de cinco años, era pequeñita para su edad, ya que en esa época escaseaban los alimentos. Tenía el pelo negro como el carbón y unos ojos grandes como el azabache, se llamaba María.

Aunque María no tenía muchos juguetes, ya que sus papas no tenían dinero para comprarlos, era una niña muy feliz. Le gustaba mucho el pueblo donde vivía, y es que en Santa María no te podías aburrir. Había cerdos blancos y negros, grandes y pequeños, había gallinas y gallos, vacas y ovejas, caballos y burros. María jugaba con todos ellos, con los cerditos jugaba al corre corre que te pillo, y le costaba mucho cogerlos ya que eran muy escurridizos. Los cerdos grandes no le gustaban tanto, porque se pasaban el día comiendo y durmiendo en el lodo. Con las gallinas no jugaba, pero le encantaba ir todas las mañanas para ver si habían puesto huevos. A veces si estaban recién puestos los huevos estaban calentitos, y que ricos estaban cuando su mamá los hacía fritos para desayunar.

Su papa cuidaba las vacas de un señor al que llamaban Gordinflón, por la tremenda barriga que tenía y que le colgaba como una mesa camilla. El señor Gordinflón tenía mucho dinero, era un poco gruñón, pero el papá de María siempre decía que era un buen patrón.
El señor Gordinflón también tenía ovejas, caballos y burros y también era el padre de María quien los cuidaba.
Muchas veces María iba a ayudar a su padre a la finca del señor Gordinflón. Le ayudaba a dar de comer y beber a las ovejas mientras su papá ordeñaba las vacas.
María también ordeñaba las vacas, y sin que su papá se diese cuenta daba un trago a la leche recién ordeñada que era cuando más rica estaba. Después iban al cercado donde estaban trotando los caballos, los cepillaban y María imaginaba que eran los caballos de un príncipe con el que algún día se casaría.

El señor Gordinflón y su esposa, tenían un hijo llamado Arturo, era un niño de casi siete años. Al contrario que María, Arturo tenía muchos, muchos juguetes. Tenía coches, trenes, soldaditos, pelotas..., pero Arturo se aburría porque no tenía con quien jugar.

Arturo no iba al colegio, pero estudiaba en su casa con un profesor. Sabía leer, escribir y otras muchas cosas, pero no tenía a quien contárselo.
María tampoco iba al colegio porque tenía que ayudar a sus papas en las tareas diarias. Aunque no os lo creáis, antes hace mucho tiempo, había niños que no podía ir al colegio y eso era muy triste, porque los niños que no iban al colegio no sabían leer ni escribir.
Como los papas de María no tenían dinero no podían pagar a un profesor para su hija como hacía el señor Gordinflón con Arturo.

Un día en el que María fue a ayudar a su papá a la finca, en una ventana de la casa vio a un niño que la observaba. María no lo sabía pero ese niño como os podéis imaginar era Arturo.
Arturo la observaba porque sentía envidia de ella, ya que la veía correr por el campo y jugar con todos aquellos animales, envidiaba como se divertía, como reía, cuando a él no le dejaban correr por el campo ni jugar con los animales.
Sin embargo María sentía envidia de ese niño que veía en la ventana, pensaba en la suerte que tenía por vivir en una casa tan grande y bonita. Se imaginaba todos los juguetes que tendría en su habitación, cuando ella solo tenía una muñeca vieja y rota llamada Telvina, y su habitación, si se podía llamar así, era un rinconcito de su casa. 

Un día de primavera los papas de Arturo se fueron a la ciudad, y dejaron a su hijo con la cuidadora. Arturo estaba muy contento ya que cuando sus papas se iban solía escaparse para correr por el campo. Además ese día todo estaba precioso, como era primavera el campo estaba de un intenso color verde y el aire era fresco con un aroma a flores silvestres.
Ese mismo día María había ido a ayudar a su papá, pero como estaba cansada, su padre le dijo que se fuera a descansar.
En la finca había una inmensa encina. En Santa María y toda esa zona abunda este tipo de árbol. La encina tenía muchísimos años y el tronco era tan grande que María no podía ni abrazarlo. Este era su sitio preferido, siempre que podía iba allí para descansar. Cuando estaba tumbada junto al árbol imaginaba que era una princesa que esperaba a que llegase su príncipe para montarla en su caballo y llevarla a su palacio.
Ese día de primavera cuando su padre le dijo que fuese a descansar, ella fue corriendo a los pies de la encina, se tumbó boca arriba y cerró los ojos.
Arturo, que se había escapado de su casa, vio desde lejos algo al lado del árbol y se acercó a investigar. Según iba acercándose iba dándose cuenta de lo que era. Era esa niña que veía muchas veces desde su ventana. Se acercó sigilosamente, muy despacito y se puso a dos metros de ella y entonces dijo:
-Hola.
María que estaba fantaseando con su príncipe pegó un respingo y se puso en pie.
- Que susto me has dado- dijo María.
- Lo siento no era mi intención- contestó Arturo.

A partir de aquel día María y Arturo quedaban en la encina siempre que podían. Arturo leía libros a María y María le enseñaba todo lo que sabía del campo y los animales. Se hicieron muy buenos amigos, incluso María aprendió a leer y escribir gracias a Arturo.

Pasaban los años, María y Arturo crecían y cada vez sentían que la necesidad de estar juntos era mayor, y ya no era suficiente con sus encuentros en la encina. 
Decidieron que hablarían con sus padres y les contarían la amistad que habían hecho.
Arturo dijo que él sería el primero en hablar con su padre para que permitiese la entrada de María en su casa, quería enseñarle todas sus cosas, sus libros, su habitación y compartirlos con ella.

Era verano y hacía mucho calor y Arturo ya tenía 15 años, no se atrevía a contar a su padre la amistad que tenía con María, ya que solo era la hija de uno de sus trabajadores. Pero a Arturo le daba igual, María era su amiga y eso era lo que más le importaba. Con ella se divertía, hablaba, reía. Así que le echó valor y fue a hablar con su padre.
Para sorpresa de Arturo, el señor Gordinflón, su padre, le dijo:
- Ya era hora de que me lo contaras, ¿crees que no te he visto mil veces con esa niña en la encina?
- Pero papá, ¿Por qué no me has dicho nada? - tartamudeó Arturo.

Lo que no sabían María y Arturo es que sus padres conocían sus encuentros a escondidas y habían hablado de ello. Ni el señor Gordinflón, ni el papá de María tenían ningún problemas en que sus hijos fuesen amigos.

A partir de aquel día María y Arturo se hicieron inseparables. María pudo disfrutar de los privilegios de Arturo, y Arturo pudo aprender de la sencillez de María.

Esta historia ocurrió hace muchos años, como ya he dicho, en un pueblo llamado Santa María de Sando. En este pueblo yo y mi familia pasamos muchos días de vacaciones, disfrutando de su tranquilidad, naturaleza y pureza, que en estos tiempos solo se pueden encontrar en estos lugares perdidos donde antaño vivieron nuestros abuelos, bisabuelos, tatarabuelos......